Tras la épica semifinal contra Alemania, los chavitos de la Sub 17 sólo tenían que confirmar la gesta. Sólo basta un triunfo sobre Uruguay en la final, ante más de 100 mil espectadores en el Estadio Azteca del Distrito Federal.
Nomás.
Para todos, el cuadro charrúa era de menor calidad que el de los germanos. Sí, le habían ganado a Brasil 3 a 0 en la otra semifinal, sin embargo no lucían, o al menos así lo decían los especialistas en la tele, tan fuertes como otros rivales del Tri en el mismo Mundial.
Sin embargo algo estaba mal.
Por un lado la cobertura de las televisoras, llevando a los televidentes historias de los jugadores nacionales, su traslado al estadio, reportajes sobre los hobbies de nuestros nuevos héroes y repitiendo constantemente la crónica del gol de chilena de Julio Gómez, "nuestro nuevo niño héroe", expresaba el comentarista que le tocó narrar el partido.
Pero también era la expectativa de todos nosotros. "¿Qué vas a hacer el domingo a las 6 de la tarde?", "nada, tal vez quedarme en casa", respondían los que dicen no gustar del futbol y que en secreto, y la tele con el mínimo de volumen veían a la Selección como pornografía.
Es verdad, toooooodos estábamos al pendiente, y por ello, tal vez la cosa podía revertirse. No olvidar que el rival era Uruguay, como pasó en el Mundial de Brasil en 1950, cuando todos anticipaban un triunfo carioca, periódicos, afición y hasta el Presidente, que los felicitó por su triunfo... ¡un día antes de jugar la final!
¿Y qué pasó? Que a 11 minutos del final Alcides Ghiggia metió el 2 -1 definitivo para Uruguay, enmudeciendo a casi 180 mil espectadores en el Estadio Maracaná de Rio de Janeiro. Se dice que después del partido hubo suicidios. A este hecho se le conoce como "Maracanazo".
¿Y habría Aztecazo? Las condiciones estaban dadas en explosivo coctel molotov: una afición deseosa de un triunfo, aunque sea en canicas; y medios televisivos echando leña al fuego de manera irresponsable y brutal.
Sí, los uruguayos eran 11, y los mexicanos, 110 millones. No era un duelo parejo.
Pero empezó el juego. El tenso trámite hacía que invocáramos aliados externos como la lluvia (que habría más tarde), la contaminación (que no había), y la altura de la Ciudad de México (que siempre está).
Pero no pasaba nada con los charrúas: seguían corriendo pero defendiendo y los nuestros, ignorando el pánico escénico corrían y tocaban ligeramente mejor, pero sin mostrar una superioridad que alimentara, ¿más?, el optimismo de todos.
Y llegó un centro, Fierro retrasa la bola y Briseño, nuestro central y capitán rebana la pelota y la mete. Minuto 30 del primer tiempo y ya hay promesa de que festejaremos a lo grande en hora y media después.
Pero los uruguayos, como los alemanes, tienen tamaños y estrellan dos balones en el poste, uno de Elbio Álvarez, el mejor jugador charrúa y otro de Juan San Martín, en el segundo tiempo.
Ya en el complemento pasaban los minutos, la altura ya hacía efecto en los sudamericanos, pero los nuestros aguardaban y cedían o a González, o a Espericueta, los de mejor manejo de balón, para salir con el esférico, lejos, muy lejos de nuestra área.
Y en casa, "rompan", "no, mejor toquen", "Suéltala", "quédatela", "escóndela", "tírala": todos conceptos contradictorios emitidos en la desesperación.
Va una máxima, saquen piedra y cincel: "Jamás esperes congruencia en los últimos minutos de un Mundial".
¿Y Julio Gómez? A nuestra momia tamaulipeca la guardaron porque todavía veía estrellitas. El doctor dijo no, pero había que placearlo antes del silbatazo final y así, tras el rugir del respetable salió al son de "Julio", "Julio", en un momento (¿Carta Blanca?) que hizo erizarnos los pelos. Corrió un rato, pasó por aquí, dio un toque por allá, pero el público estaba completamente extasiado. Yo también.
Tiempo de compensación, el árbitro otorga cuatro minutos, ¿o son 40?, ¿4 horas? Una eternidad para los mexicanos. De pronto una descolgada, se la tocan a Giovanni Casillas, ¡va a tirar!, ¡va a tirar!, ¡tiraaaa! ¡GOOOOOOOOOL!
¡¡¡El 2-0, la final, el Campeonato Mundial, la consagración, la expiación de los
pecados, el pretexto para tomar y tomar más de la cuenta!!!
Llega el final y los consabidos festejos. Por allí, un reportero le hace una entrevista interminable a Julio Gómez mientras él contesta lo mismo; le pregunta otra cosa y sigue con lo mismo. Vamos, pregúntale sobre el clima, la radiación en Japón, cualquier cosa y te contestará lo mismo.
Y de pronto, gracias a Dios por lo largo de esos minutos en cámara, entra a cuadro Steffen Freund, entrenador alemán y otorga una palmada en el rostro de Julio Gómez, reconociendo así al Balón de Oro de la competencia, al valiente jugador que estrelló su cabeza hasta quebrarla buscando un gol, al güerco que con una chilena en el último minuto, les arrebató lo que muy probablemente hubiera sido un campeonato alemán.
Bello detalle.
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