miércoles, 24 de agosto de 2011
Miscelánea producto de una mente saturada
¿No han sufrido alguna vez de cansancio mental?
Ése que produce ascos cuando se ven noticias en el periódico, la computadora o la televisión; ese agotamiento que convierte en buena idea, el estar viendo una pared... por el tiempo que sea necesario, en silencio, sin pensar absolutamente nada.
Así estaba yo este domingo por la noche. Ya había tenido suficiente de la semana: estuve enfermo por algo que comí; empecé a hacer ejercicio por primera vez desde abril... y en una clase de tenis acabaron con mi espíritu y mi dignidad; el sábado fue de cervezas estadiescas que sólo llevaron a una cruda de proporciones bíblicas; mucho trabajo y mucho deporte en la tele: mucho de todo.
El cuerpo se quebró: desde adentro, los changos que operan en mi testa pusieron la bandera roja y negra, "¿le van al Atlas?", pensé y expresaron el clásico: "¡Ya güeeeey!"
Pero parece que no fui el único.
1.
Novak Djokovic, el serbio de la imponente temporada finalmente cayó en una final. Ésta en el Masters de Cincinnati ante Andy Murray por 4-6, 0-3, antes de retirarse. Sólo su segunda derrota del año.
Pero en realidad no perdió contra el escocés. El brutal calendario de la ATP hace jugar a los mejores jugadores del circuito, cuatro Grand Slams y 10 torneos Masters en sitios tan distintos entre sí como Cincinnati, Montecarlo o Shanghai, sin mencionar que muchos de estos torneos están pegados entre sí y a veces con cambio de superficie.
Así, Nole, después de jugar el Abierto de Australia en enero (y que ganó), tuvo una pequeña pausa para luego iniciar una durísima montaña rusa que terminó en julio: se jugó el siempre atractivo ATP de Dubai (que ganó); luego a Estados Unidos para jugar durante un mes los Masters de Indian Wells (que ganó) y Miami (que ganó); luego se salta el de Montecarlo para jugar el Abierto de Belgrado, en arcilla, (y que ganó); luego más arcilla en Madrid (ganó), Roma (ganó), para ser detenido por primera vez en el año en semifinales en Roland Garros; una semanita para el reposo y a ganar Wimbledon.
Y llega la primer pausa del año, para regresar al calor que prevalece en América del Norte y ganar el Masters de Montréal.
Cuando llegó a la final de Cincinnati, una semana después de su título canadiense, estaba fundido.
El partido era al mediodía, y lo que Djokovic quería a estas alturas, era echarse una chela con su amigo Andy Murray que le estaba devolviendo todo.
Jugó un set y al tercer juego del segundo paró. Su hombro no funcionaba, su ánimo menos, hizo sumas y restas, y mejor se fue del partido.
Y con justa razón. "Ni que fuera un acto de circo", decía mi madre, y ¿saben qué?, es cierto. No hay ser humano que esté al 100 por ciento todos los días del año.
Este hombre ha estado gigante toda la temporada, pero hasta él tiene derecho de mandarnos a todos a volar.
Sobre todo al mediodía en un húmeda y calurosa jornada en Ohio.
2.
Ver batallar a los Tigres durante 90 minutos para establecer diferencias con un raquítico y diezmado San Luis puede ser agotador, no sólo para los jugadores, sino también para la sufrida Mejor Afición del País.
Así, que después de 86 minutos el pepino llegó, vía Israel Jiménez y los "Ti-gue-res" del Tuca, y de mi corazón, lograron al fin la ventaja luego de pasar aceite (y cerveza) durante todo el encuentro.
Después, a esperar el silbatazo final y listo. El segundo triunfo de la temporada, el primero en el Estadio Universitario.
Los jugadores salieron agotados y los aficionados más.
Estos desgraciados sí que nos hacen sufrir.
3.
Pero el juego de Tigres, lamentablemente, no fue lo más importante de la tarde del sábado.
Mientras en el "Volcán" llegaba el mediotiempo con "Konan Big" dirigiendo una suerte de "talent show" en la cancha, en la tribuna, los que estamos justo abajo de los palcos que cuentan con monitores, volteamos a verlos para seguir las incidencias en Torreón.
"¿Qué pasó?", preguntábamos. Era una balacera en el Santos - Morelia, no se sabía si adentro o afuera del estadio, pero rápidamente los aficionados habían sido evacuados, o puestos en resguardo, tirados en el suelo bajo las butacas, o en la cancha, mientras pasaban los famosos 5 minutos que duró el tiroteo.
Desgraciados. Es en esos momentos cuando uno ve lo insignificante de un partido de soccer, los tres puntos en la cancha, lo menso de la frase, "el futbol es lo más importante, de lo menos importante".
Ver correr a Vilar fuera del campo, a Ludueña salir entre las gradas con su esposa y su hija, lo mismo a Oswaldo Sánchez, hizo que mi ánimo se frunciera como nunca.
Y peor, vi a la gente del palco voltear mejor hacia la cancha para ver la variedad en el mediocampo con cacahuates en la mano, y a una linda jovencita, que sentada en la repisa del palco ponía cara de fuchi cuando todas las miradas de la gente, "del arrabal" habrá pensado, buscaban evitar su anatomía para ver lo que pasaba en Torreón. "Pinches pobres, yo sí tengo tele", habrá pensado la doncella.
Y luego, el ver cómo TV Azteca cambiaba abruptamente la transmisión por uno de sus programas de variedad terminó por fundir mi tonto corazón.
En este País, no tenemos remedio.
El daño no obstante se hizo, y pese al autoimpuesto "blackout" de la televisora, todos vieron lo que pasó gracias a la gente y a los medios que sí decidieron darle importancia a lo acontecido.
Y se enteró el Planeta entero. ¡Ánimo Torreón!
4.
A punto del colapso nervioso, la noche del domingo ofreció el primer juego de la serie final del béisbol mexicano. ¡Diablos - Tigres!, los dos equipos de más prosapia en el circuito nacional, claro, junto a los Sultanes.
Todavía pude ver con atención, como los dirigidos por Matías Carrillo (los Tigres) tundían a palos a Roberto "Metralleta" Rodríguez (pitcher de los Diablos) para tomar ventaja de 5 a 0 en el primer episodio.
Ahora en Cancún, los Tigres son el primer equipo al que le fui en cualquier deporte. En el DF, mi papá solía llevarnos al Parque del Seguro Social para ver este clásico y mi hermano y yo desde luego tomábamos partido, él le iba a los "Pingos" o "Escarlatas" y yo a los "felinos", el equipo de Beto Ávila.
"¿A quien le vas en beisbol?", me preguntaban, "¡A los Tigres!"; "¿y en futbol?", "¡A los Tigres!".
Ellos son los culpables de mi sufrido amor por los felinos pamboleros.
Así que ver ganar en beisbol a los Tigres, el primero de la serie final, 8 carreras a 2 fue un bálsamo.
Pero hacia el final de la velada, ya no podía más, mi cabeza, como la de Djokovic estaba a punto de hacer, "¡pum!".
Y la idea de contemplar la pared en blanco cobró fuerza en la mia testa.
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